Cuando bailas... Mendigo. Jesús Aguado
Cuando bailas de noche
la selva se incendia
de pequeñas hogueras intensísimas:
los ojos del elefante,
los ojos de la pantera,
los ojos de los gruesos árboles chapak,
los ojos de los monos,
los ojos de las pulgas,
los ojos de la cascada.
Cuando bailas de noche
junto a los tambores en llamas
y los fuegos que aúllan
toda la selva quisiera bailar contigo
pero no se atreve.
Tú eres una selva más peligrosa que la selva.
Los tambores me llaman.
Yo sí me atrevo.
Yo soy un cazador.
Imagen: Iguana´s Lover. Carmelo L. Canales
viernes, 19 de octubre de 2012
jueves, 30 de agosto de 2012
martes, 15 de mayo de 2012
INTERLUDIO ONÍRICO EN SALZSBURGO
Interludio onírico en Salzsburgo, V. Mendigo. Jesús Aguado
Tal vez recuerdes tú, como yo los recuerdo,
los días en la isla,
los recuerdes igual de densos y de dulces
mientras oyes pasar las barcas y me dejas
las uvas de tus besos
una a una aplastadas en mi piel.
Las campanas sonaban cada noche.
Cada noche, también, una orquesta tocaba
a la orilla del mar
y todas las parejas abrazadas rompían en su orilla.
Vivíamos desnudos y hechizados como un árbol dormido
o un castillo de arena que deshacen las olas.
Recordarás también la biografía de Kavafis que estábamos leyendo.
Y el restaurante aquel donde cenábamos a la luz de las velas,
las botellas temblando, las manos deshaciéndose en las manos.
Y tantas otras cosas sencillas: pasear,
tomar el sol, callarse,
jugar toda la noche a los naufragios.
En la isla de Hvar los ojos se cerraban
del tamaño del centro de la Tierra.
Imagen: Theopile Steinlen
Tal vez recuerdes tú, como yo los recuerdo,
los días en la isla,
los recuerdes igual de densos y de dulces
mientras oyes pasar las barcas y me dejas
las uvas de tus besos
una a una aplastadas en mi piel.
Las campanas sonaban cada noche.
Cada noche, también, una orquesta tocaba
a la orilla del mar
y todas las parejas abrazadas rompían en su orilla.
Vivíamos desnudos y hechizados como un árbol dormido
o un castillo de arena que deshacen las olas.
Recordarás también la biografía de Kavafis que estábamos leyendo.
Y el restaurante aquel donde cenábamos a la luz de las velas,
las botellas temblando, las manos deshaciéndose en las manos.
Y tantas otras cosas sencillas: pasear,
tomar el sol, callarse,
jugar toda la noche a los naufragios.
En la isla de Hvar los ojos se cerraban
del tamaño del centro de la Tierra.
Imagen: Theopile Steinlen
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