Sirva la anterior divagación para explicar por qué escribo. Comencé a leer de niño, y los síntomas del contagio se manifestaron precozmente con efectos que no dudo en calificar, apelando a un neologismo que ruego me disculpen, de catastróficos: a los doce años de edad ya había incurrido en décimas y sonetos cuyos principales causantes (no diré culpables) eran Espronceda y Rubén Darío. Para empezar, la poesía ajena fue el estímulo primero y determinante de mi propia poesía. He citado muchas veces una frase de Northrop Frye que considero oportuno volver a recordar: "todo poema procede de otro poema". Yo nunca hubiese escrito poesía si previamente no hubiera leído poesía. Eso lo tengo claro.
Pero las razones por las que sigo escribiendo o pretendiendo escribir poesía sesenta años después de haber sufrido el contagio de la literatura son más dudosas. Para justificar el acto en principio gratuito (y a veces oneroso: hay quienes pagan por publicar sus versos) de la escritura poética se suelen esgrimir muy diversos argumentos, alguno de los cuales yo mismo he utilizado: el deseo de penetrar la realidad, de conocer y de evaluar éticamente el mundo; la necesidad de expresarnos o de comunicarnos; la voluntad de "anclar en el río de Heráclito" y de salvar del efecto corrosivo del tiempo algunas cosas queridas; el goce de crear pura belleza.
Todas esas justificaciones pueden ser válidas, y algunas lo siguen siendo para mí. Pero pienso que, si a estas alturas de mi vida continúo escribiendo, es también por otra razón menos grandilocuente y un tanto pueril que casi me avergüenza confesar. Me temo que, aunque siempre sostengo lo contrario, estoy cayendo en la tentación de creer que el poeta, bueno o malo, que mis versos configuran -ese personaje ilusorio que habla en los poemas- soy efectivamente yo, y que el acabamiento del poeta significaría mi propio acabamiento. Se trataría, en último extremo, de un deleznable caso de amor propio, de un afán de supervivencia planteado con un grave error de perspectiva quizá justificable; pues algo o mucho de mí persiste en lo que escribo. Y, aunque no ignoro que los poetas, como los toreros, deben saber retirarse a tiempo; y que en la vida hay cosas más serias que la poesía y, concretamente, que mi poesía; y que "el arte es largo y además no importa"; si a pesar de ser consciente de todo eso sigo escribiendo es, en parte, porque me resisto a confinar en el pasado ese residuo de mí mismo que sobrevive en mis poemas, a desprenderme de ese yo que es otro, pero que ahora, cuando los dos estamos acercándonos a un final inevitable, noto que me hace muchísima compañía.
¿Por qué escribo?
Lectura para dos. Elena Cabrera
7 comentarios:
Tan al pie de la letra me tomaste que aquí tenemos esta esta nueva maravilla...(por lo de la nueva plantilla...je)
Me gusta...el azul relaja...
Bonita bodega, casi que dan ganas de no salir.
Tantas las razones que al final son siempre la misma ... no pude evitar recordar: ¿Porqué comenzaste a escribir? II (espero que no te parezca mal esta invasión, pero venía que ni pintao)
Besos reina de los mares.
Nada de invasión, sino inmersión ¡y de sirena!´... cómo para molestarse...
No conocía la frase de Millás y sí, tiene su certeza.
Yo escribo muy poco, ya sabéis que copio casi siempre, para no olvidar y para acompañarme mejor.
Besos: la reina eres tu.
Qué maravilla de texto (las últimas lineas son excelentes) y qué maravilla de nuevo blog!
Un beso
En todo lector contumaz hay un escritor agazapado.
Igualito que en todo crítico de arte hay un autor repudiado por las musas.
Estaré espectante ante el nuevo formato maxi.
Tienes el listón muy alto; lo bueno y breve....
Hola!
Llegué por recomendación de aminuscula.
Muy buen post!
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