sabiendo de antemano
que no te encontraré. Me ayuda
que sean tan fijos tus horarios.
Tu aroma es lo que yo persigo,
el aire que te vas dejando
y se mantiene intacto hasta que llego,
y marco sus contornos
con el detenimiento que necesita
un ritual tan íntimo.
Mucho más que las tardes de amor y caramelos
que a veces tú y yo nos regalamos.
Observo la silueta en el espacio
que antes ocupabas -callada
quietud entre los libros-
y voy acariciando el sitio exacto
donde tus dedos eligieron
el que te llevarás.

He aprendido a hacerlo
de manera que aquellos que me miran
imaginan que yo busco también
un libro de poemas. Y no saben
de qué manera exacta
veo la trayectoria de tu índice
desde Sylvia Plath a Pound,
de izquierda a derecha, como prefieres
hacer tan a menudo.
Más tarde perfilo muy lentamente
la curva de tu mano
cuando pasas las hojas de ese libro
que has guardado bajo el brazo,
y que, un poco más tarde,
cuando llegue con retraso al café,
comentaremos.
La librería. Elena Escribano Alemán
Imagen: El lector. Pierre Auguste Renoir
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