La ética ha estado siempre presente en la forma de ver el mundo que han tenido todas las culturas. Al menos hasta ahora, o eso parece. Ya sea el areté de los griegos y romanos; la fe y la piedad de las religiones monoteístas; el bushido oriental; o éticas del trabajo de corrientes tan dispares como puedan serlo el protestantismo en sus comienzos y el marxismo, hasta ahora siempre había sido necesario preguntarse cómo obrar correctamente, y hacerlo. La respuesta variaba según dónde y cuándo se formulase la cuestión, pero siempre aparecía la virtud, ya fuera vestida de honestidad, honra, honor, caridad, comedimiento, a darnos una respuesta. No todas las respuestas entrañaban buenas intenciones, pues todos los códigos éticos se encuentran siempre plagados de fallos y de conductas y normas cuyo origen es extra-ético (histórico, religioso, autoritario, fruto de relaciones de poder, social, etc.), pero es natural, pues así es todo lo humano: imperfecto, carcomido por carencias, quebrado de debilidad. ¡Pero no hemos de asustarnos ante ello! Como Leibniz pensaba, la imperfección es el precio que paga la realidad por existir, y aquí seguimos, será que tan mal no lo estamos haciendo.
Tratar de huir de nuestros propios defectos es cobardía, vivir en castillos en el aire es de lunáticos. Pero revolcarnos en nuestros propios desperdicios por no ser capaces de tocar la luna, es derrotismo, es de apáticos. Si queremos mejorarnos día a día, el primer defecto a exterminar es el de falta de contacto con nuestra propia realidad, aceptarnos en nuestra cualidad humana y falible, e intentar superarnos poco a poco a partir de ese punto de partida. Pero ya no sólo no vendrá ningún gran principio a respondernos cuando nos preguntemos ¿Qué hago? ¡Es que ya es excepcional el mero hecho de que alguien se lo plantee! En toda sociedad ha habido hombres y mujeres ejemplares, y también individuos deleznables, pero en esta cultura actual nuestra, en este occidente aburrido, hastiado de sí mismo y sedado hasta el punto de la más completa estulticia por el culto al famosillo, los libros de autoayuda, las comedias estadounidenses y el dinero rápido, las preguntas éticas y morales están fuera de la cuestión por innecesarias. Innecesarias porque a nadie le importa ya el futuro de nada; o a nadie le importa ya el futuro de nada porque nadie se plantea esas cuestiones, o qué se yo, nací en 1986, hace cuatro días como quien dice, y por tanto no he visto otra cosa. Pero sí que es cierto que en el pasado, quien gozaba de renombre y era ejemplo, era por algún tipo de virtud (nos parezca hoy caduca o no). Sin embargo, a día de hoy, si mira uno las cumbres más altas, en vez de con refulgente nieve están cubiertas de hediondos excrementos. Políticos, banqueros, jueces: corruptos. Figuras públicas cuyo currículum se resume en una sucesión de sórdidas historias de alcoba. Deportistas que ganan más que familias enteras haciendo lo mismo que hacen los hijos de éstas con mucha más ilusión y dedicación. Empresarios con complejo de exprimidor. ¿Tengo que seguir?
Al ciudadano de hoy en día, el omnipresente ruido de fondo que componen los medios de comunicación (divertidísima la ironía involuntaria que crea tanta gente al llamar a la "publicidad", "propaganda", según la RAE equivocados, pero en realidad dan en el clavo) lo amamanta desde su nacimiento con la "cultura" del todo ahora, más dinero, mínimo esfuerzo y nulo pensar. Parece que hayamos caído en el hedonismo más radicalizado y permisivo posible, el placer es lo único que vale y por él se hace cualquier cosa.
El placer es necesario, pues sin él cualquier forma de ver el mundo se torna un valle de lágrimas, PERO NO EL PLACER A CUALQUIER PRECIO Y EXCLUSIVAMENTE. Si en general se da cualquier otro valor aparte de la búsqueda de placer, se da de forma involuntaria. Sinceridad, amistad, originalidad, gusto por el pensar, creatividad, rechazo de la agresión injustificada... Obviamente, ésta es mi lista personal de favoritos, pero otras personas tendrán otros valores, más elevados, más mezquinos o simplemente distintos. Hoy en día, y conforme nuevas legiones de jóvenes son escupidas de las aulas con desprecio disfrazado con lenguaje políticamente correcto, el problema se va agudizando y la polarización del panorama ético y moral es sencillamente brutal: un enjambre cacofónico de millones de epsilon minns, un mar sucio y cenagoso de la más absoluta indiferencia, en el que las escasas islas están habitadas o por náufragos desposeídos que lloran su paradigma perdido, y que deformes por los padecimientos y raquíticos por la desnutrición, cantan el esplendor de Apolo, del Übermensch y del sabio; o por neobárbaros dignos del Señor de las Moscas, deseosos de ondear el estandarte llameante del fundamentalismo, del nacionalismo o de la simple intolerancia, en honor de la cabeza cortada del primer animal que pillen.
Santi
NOTA: transcripción de una pregunta del examen de septiembre de Ética, 2º de Filosofía.
Imagen: Vittore Carpaccio