jueves, 13 de diciembre de 2007

EL VIAJERO DE LOS MUNDOS

Mal de amores
Ángeles Mastretta

A ratos temía perder su condición de nómada, su certidumbre de que ninguna libertad era más verdadera que la de aquél que un día amanece en una cama y otro en otra, que no duerme más de un mes bajo el mismo cielo y no come en la misma mesa sino hasta antes de que los platillos que en ella se sirven corran el riesgo de volverse costumbre para su paladar. Tenía veneración por la Emilia que cruzaba su vida como una luz que si fuera permanente terminaría por cegarlo, por el amor que le guardaba entre sus brazos, indeleble y curioso como sólo son los amores al principio, y nada le daba más pánico que la idea de que ese cuerpo lo saciara alguna vez, hasta volverse indeseable. Cuando andaba solo por el mundo, cuando su cama era la tierra bajo un árbol, al acostarse dibujaba en el aire el camino inolvidable de sus cejas y se decía despacio que toda ella era perfecta, armoniosa y bien trazada, como esas líneas. Entonces la deseaba más que nunca y el deseo lo hacía invulnerable y dichoso. No quería acostumbrarse a saciar ese deseo, no quería que llegara la tarde en que de tanto verla dejara de estremecerlo su estampa.


Imagen: Raimundo de Madrazo.